Armas en mano frente al destino, expectante ante la posibilidad de una
vida predeterminada y consecuente a lo en el camino logrado.
Recuerdo las convulsiones de un
blog condenado al olvido que ya pedía atención allá por el 2010, hace poco más
de dos años. Mi sentimiento de culpa para con su actualización le había dado
vida propia: me buscaba en sueños, me perseguía en las calles y hasta se
materializaba en uno que otro “granito” en el rostro.
Recuerdo también el episodio de
las cuculís y la impotencia bucal que me negaba el máximo placer terrenal: la
comida. Nefasto episodio de mi vida, limitado mi libertinaje gastronómico -del
cual soy ferviente seguidor- por un poco de fierro acoplado a mi dentadura con
la promesa de enderezar a uno que otro caprichoso y obtuso diente, dándole
rectitud casi castrense.
Años transcurridos y un blog
agonizante, formato que a punta de twitteos y 140 caracteres está cerca del
ajusticiamiento digital, en tiempos apresurados que retienen el vuelo de la
imaginación como un niño a un globo con helio. Y es que en código mercantil, la
imaginación parametrada y la retórica de espacios comunes bastan y sobran para
una mente distraída.
Pero como usted, querido lector,
es uno de aquellos privilegiados que dice haber escapado de la caverna y su
imaginario proyectado, asumiré su predisposición a leer lo que esta mente
intrínsecamente sesgada tiene que decir. Juntos, quizás, nunca lograremos la
paz mundial ni evitaremos el estreno de la última película de la saga “Crepúsculo”,
pero aquí nos hayamos.
Determinados por las
circunstancias que nos llevan a este momento, y entregados a la divina
providencia como gladiador batido en duelo a muerte, reconozcamos que, habiendo
pasado la delgada línea de la conformidad y el entretenimiento empaquetado,
estaremos frente a frente, usted y yo, divagando sobre un mundo maleable y
conquistable.
Encomendados a la tarea de
repensar los paradigmas de un mundo finito, aquellos que hemos de morir por
hacerlo digno, saludamos.
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