10 de marzo de 2013

¿América Latina necesitó un Chávez?

Alrededor de treinta jefes de Estado y gobierno asistieron a las exequias del líder venezolano, muchos de los cuales nunca compartieron sus ideas pero que sin duda reconocen su trascendencia.

Hugo Chávez, Murió Hugo Chávez
Hablar de Chávez en relación a las cifras de su gobierno es casi tan arbitrario como dar por sentado el desarrollo social peruano en base al incremento porcentual del PBI, el auge de nuestras exportaciones y la subida del precio internacional de los minerales. Criticar al gobierno de Chávez sin ser venezolano y aborrecerlo por su política interna es desmedido y poco juicioso, además de remarcar el rechazo a la voluntad de un pueblo hermano.
Y a pesar de sus criticables modales y formas, su influencia llegó mucho más allá. Chávez instauró un discurso capaz de establecer un equilibrio de poder en la región, impulsando el tire y afloje entre posiciones políticas que a la larga garantizó un intercambio ideológico que forjó la convergencia en visibles esquemas multilaterales. Latinoamérica necesitaba un Hugo Chávez, y hoy ya no lo tiene. La política sin tensión de fuerzas cae en el peligro del monólogo y la visión única.
El fuerte impacto de las medidas de ajuste del FMI, a principios de los 90’s, generó las condiciones para el surgimiento de clases políticas neoliberales en AL que lograron reducir el Estado y ampliaron la participación de la empresa privada en la vida en sociedad. Ello no tendría consecuencias negativas de no haber radicalizado su aplicación, lo que en países como Venezuela terminó por engendrar a Chávez y su “Socialismo del Siglo XXI”.
Este “caballito chavista de batalla”, desprendido del pensamiento crítico de Heinz Dieterich – y resonante en la obra “Escritos para la transición” de Samir Amín-, termina por confundir un proyecto nacionalista con la ya obstinada nomenclatura “socialista”, como si toda aquella elucubración ideológica contraria al orden establecido deba ser necesariamente ubicada bajo el socialismo/comunismo. Esta visión, incluso con severos deslices, como el intento de “planificar” una revolución -contradiciendo la espontaneidad de la lucha de clases impulsada tan solo por la conciencia de su necesidad, según la teoría marxista-, logró contener la unificación política bajo el paraguas del neoliberalismo al brindar una “alternativa”, precaria, pero alternativa al fin.
Para no caer en el tedioso ejemplo del ALBA –su esfera de influencia directa-, podemos considerar dos esquemas multilaterales impulsados por la tensión política, fruto de la existencia de un Chávez en la región: UNASUR en 2008 y CELAC en 2010. El primero, UNASUR, la representativa unión de Estados sudamericanos que, además de aproximar los principales esquemas sub-regionales – CAN y MERCOSUR-, adhiere a Chile, Guyana y Surinam. Para muchos una herramienta poco útil en aplicación, pero definitivamente decisiva como escenario de balance y diálogo entre los Estados sudamericanos neoliberales y nacionalistas.
El segundo, CELAC, es el primer esquema panamericano que logra emanciparse de la presencia recurrente de Estados Unidos y Canadá, y que, contrario a la opinión pública, tiene el mérito de recibir a Cuba sin imponerle condiciones pero dejándole un mensaje claro: “estamos entre Estados que empiezan a entender la virtud de la tolerancia y esperamos de ti una participación consecuente”. Que no parezca extraña entonces la eliminación gradual de restricciones a la migración, por lo que hay que entender la democracia como un proceso y no una imposición con efectos inmediatos.
Quizás sin darse cuenta de ello, Hugo Chávez apareció providencialmente en la escena latinoamericana de la última década y media, impulsando un modelo del cual solo la historia podrá medir sus efectos, pero que en razón práctica y actual, dejó ver la necesidad de que en AL se empiece a trabajar en conjunto aun estando en discrepancia.