6 de mayo de 2010

Amanecer de Cuculí


Después de soñar con un bistec que una vez despierto no podré morder.

Esta mañana es diferente. Es diferente, en primer lugar, por que amanecí bajo la atenta mirada de una de esas grises y panzonas palomas cuculí que asomaba su pico por una pequeña ventana de mi cuarto, aguaitando mis movimientos como si alguien se lo hubiera ordenado y estuviera lista para gritar “¡Aguas! ¡Se despertó el zángano!”; acoso que gané gratuitamente luego de que mi menor hermano, en un acto heroico y desmañado, bañara con una manguera a dos pichones que al igual que yo aún no adquieren la habilidad de volar, llevándonos a un punto sin retorno en las negociaciones territoriales y obligando a ambos bandos a declarar una guerra sin cuartel.

Es diferente, también, por que mi labio superior izquierdo amaneció más entumecido que el de un borracho con espasmos matutinos que despertó congelado en algún lugar de la avenida La Marina en el cruce con Universitaria, peculiar y altamente probable suma de desgracias con las que intento reflejar la pésima sensación de mi primer amanecer con brackets, mal llamados frenos, que lo único que han logrado frenar es mi voraz apetito y que me vienen alejando de mi máximo placer, la comida, desde aquel fatídico día en el que me extrajeron dos muelas del juicio en perfecto estado y no pude comer mi menú combinado en el chifa de por mi casa.

Pero, la principal diferencia esta mañana es que por primera vez en meses llevé mi taza de leche con Nesquik a la mesa de la PC en mi cuarto, y a pesar de que la derramé en el suelo y tuve que ir y venir mil veces para limpiar el charco marrón del piso que empezaba a animar a unas advenedizas hormigas, finalmente me senté a escribir.

PD: Al final nunca me tome la leche con Nesquik por que se enfrió con tanto trámite y me resultó más fácil servirme un vaso con yogurt.