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Esta mañana es diferente. Es diferente, en primer lugar, por que amanecí bajo la atenta mirada de una de esas grises y panzonas palomas cuculí que asomaba su pico por una pequeña ventana de mi cuarto, aguaitando mis movimientos como si alguien se lo hubiera ordenado y estuviera lista para gritar “¡Aguas! ¡Se despertó el zángano!”; acoso que gané gratuitamente luego de que mi menor hermano, en un acto heroico y desmañado, bañara con una manguera a dos pichones que al igual que yo aún no adquieren la habilidad de volar, llevándonos a un punto sin retorno en las negociaciones territoriales y obligando a ambos bandos a declarar una guerra sin cuartel.
Es diferente, también, por que mi labio superior izquierdo amaneció más entumecido que el de un borracho con espasmos matutinos que despertó congelado en algún lugar de la avenida
Pero, la principal diferencia esta mañana es que por primera vez en meses llevé mi taza de leche con Nesquik a la mesa de
PD: Al final nunca me tome la leche con Nesquik por que se enfrió con tanto trámite y me resultó más fácil servirme un vaso con yogurt.